lunes, 29 de noviembre de 2010
El rugby, un deporte de caballeros
Siempre me ha gustado el rugby. Demasiado nervioso para el balonmano, demasiado miope para el fútbol, fue precisamente en el equipo de rugby del instituto donde pasé, el tiempo destinado al deporte. Pero hacía mucho tiempo que no iba a ver un encuentro como el del sábado pasado, en Dublín, al que asistí invitado por los All Blacks.
Una vez más, comprobé la belleza del desacuerdo existente entre la mano, que solo puede mover el balón hacia atrás,o hacia los lados, y el pie, el único que puede moverlo hacia delante.
Pero sobre todo, redescubrí esa diversidad de tipos humanos que, pese al estereotipo del rugbyman con dimensiones de armario ropero, compone en realidad un equipo: complexiones grandes y pequeñas; la agilidad felina de Dan Carter y la energía de Richie McCaw; el aire de mosquetero de Mils Muliaina y el del segunda línea Anthony Boric, más corpulento; las anguilas y los arietes; los que se deslizan y los que percuten; Conrad Smith, al que nada detiene, y el discreto Kieran Read, que percute como el rayo antes de marcar... En el mundo tiene que haber de todo. Y en un equipo, también:
- Cohesión entre los jugadores y en el juego.
- Religión de la fraternidad y de la fratría.
- No adjudicarse uno solo el mérito del último tanto, cuando puede ser más rentable seguir presionando al adversario juntos y hasta el final.
- Ataques inventivos y defensas solidarias.
- Aperturas vehementes y amagos que parecen un ballet bien ensayado.
- ¿Quién es el mejor atacante, el delantero, orfebre de la percusión y la media vuelta, o ese tres cuartos al que nadie, salvo el mismo, ve venir?
- Carter pasándole el balón a Donelly... Podría jurar que tiene ojos en la nuca para verlo controlar el balón.
La última carrera de Nonu, volando por encima del césped antes de dar ese pase bombeado que va a recuperar el mismo Carter.
Hay quien dice: es un deporte obscuro y sin reglas. ¡Pues no! Tiene reglas estrictas y una complejidad diabólica. Hasta el punto de que una parte de la fuerza de los All Blacks procede de su juego con las reglas: siempre juegan al límite, aunque sin traspasarlo.
Hay quien dice: es un deporte de brutos en el que priman la fuerza y los ataques. ¡Pues no! Un deporte de combate, sí. Incluso un arte marcial, pues está hecho de inteligencia y estrategia. .
Algunos insisten: es un deporte violento, salvaje, pues, en una melé, en un placaje, en la manera en que el equipo atacado opone al atacante su muro de cabezas y pechos, hay violencia pura. ¿Saben que, el sábado pasado, el césped del estadio de Dublín era el único lugar del planeta en el que las dos clases de irlandeses, los sudistas y los nordistas, al enfrentarse al mismo adversario, podían comulgar en una misma plegaria? Y qué lección cuando el neozelandés Boric se concentra antes de patear la transformación y la hinchada guarda un largo silencio entregado, casi religioso, e inhabitualmente respetuoso para quien tiene en mente las histerias futbolísticas.
Y luego, el "tercer tiempo"...
Observo a O'Driscoll, el capitán irlandés, lesionado en el brazo, que brinda con su homólogo neozelandés.
Escucho cómo el neozelandés Woodcock y el irlandés Wallace se cuentan sus verdaderas vidas.Y me digo que el cabezazo de Zidane, su odio visceral hacia Materazzi, su reconciliación sobreactuada y aún más dramatizada, serían casi imposibles aquí.
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